Desde Argentina: Lo bueno de no ser una niña mala

Por Tomás I. González Pondal.

Mis disculpas a Perogrullo por el título, sucede que lo encontré oportuno como contraposición a otro titular que, lo adelanto, tiene la finalidad de tergiversar y destruir la buena educación dada a los más pequeños. Tiene que ver –también lo adelanto- con esa queja que bien pronunció Marcel Clement, contra quienes tratan “sin delicadeza ni discreción a los niños como si ya fueran adultos”.

Apareció en el diario The New York Times un artículo titulado Lo malo de ser una ‘niña buena’, escrito por Jill Filipovic (autora de una obra feminista), en el que, básicamente, se propone que lo bueno es que haya niñas malas. El entrecomillado de ‘niña buena’ colocado por la propia autora en su título, tiende –y disculpen que lo marque aunque sé que no haría falta- a dar a entender que ser así, buena, es algo malo. Una ‘niña buena’, o sea, la que la autora desaconseja ser, es, por ejemplo, aquella que tiene buenos comportamientos.
Según Filipovic, cuando frisaba la década de vida, ya era toda una revolucionaria contra su padre: “Cuando tenía más o menos 10 años, mi hermanita y yo escuchamos a mi papá en un asado cuando hablaba con otro padre. ‘Sabes, creo que si fueran niños probablemente les dejaría jugar un poco más lejos de la casa’, dijo mi papá, de mentalidad feminista (…). Mi hermana y yo estábamos enfurecidas y cuando regresamos a casa, se lo hicimos saber -¿cómo se atrevía a sugerir que nos trataría diferentes si fuéramos niños?”

Bien. Para quien haya leído con atención la aventura intelectual pergeñada por Filipovic; para quien tiene un poco de sentido común; y para quien conserva algo de su infancia, no le será dificultoso advertir la cantidad de estupideces contenidas -en modo concentrado – en tan breve párrafo. En primer lugar tenemos una frase de laboratorio, indefinida, supuestamente sostenida por el papá de la escritora en un asado. ¿Qué es “un poco más lejos de la casa”? ¿Ir caminando a jugar a la plaza del barrio que está a quince cuadras en un sitio peligroso? En tal caso, ¿eso está mal, señorita Filipovic? ¿Es eso tener una mentalidad errada o es velar por el cuidado de los niños? Los rediseños de la naturaleza propuesto por estas heroínas del caos solo conducen a la destrucción. Por otra parte, creo que está mal expresado eso de que el papá tenía una “mentalidad feminista”; en todo caso, ya que lo está criticando, debería haber dicho desde su posición feminista que su progenitor tenía una mentalidad machista. El macaneo más grande viene cuando Filipovic nos narra su supuesta reacción y la de su hermanita: “estábamos enfurecidas”. Aquí el inmenso engaño es patente: no estaban enfurecidas porque no podían ir más lejos a jugar, estaban enfurecidas por la mentalidad machista del padre. Vale decir que ya a los diez años Filipovic era una militante feminista que poseía el vuelo mental para defender la ideología de género; y, aunque no lo deja consignado, no me cabe duda alguna de que con eso años llegó a ser presidente del movimiento de origen ucraniano autodenominado sextremista Femen. Lo que además profundiza el prodigio de las dos hermanas -¡caro lector no deje pasar el detalle!- es el tener presente lo extraordinario de la más pequeña: pues si Jill con diez años ya nos sorprende por su radical posición pro ideología, ¡cuánto más su hermanita que era aún más pequeña! Eso sí… Jill no nos dice cuál era la diferencia de edad que había entre ella y su hermana, pues, seguramente, mientras más grande sea esa diferencia, más sorprendidos quedaríamos de lo superdotada que es la más pequeñas de las Filipovic. Por último tenemos el reto: con diez años ella y vaya a saber con cuántos años la hermana, amonestan a su padre al llegar a la casa, debido a la mentalidad patriarcal que tenía. Insisto, noten el detalle: no “retaron” al padre por haberles impedido jugar más lejos, lo reprendieron porque ellas se oponían a las diferencias y ya eran unas fervientes luchadoras por las igualdades. Con todo esto, en verdad, no me sorprendería que por la noche las hermanitas le hubieran hecho a don Filipovic un “tetazo” en protesta.
El entramado ladino del párrafo de la feminista aludida, no parece condecirse con la siguiente realidad: si el padre realmente era de una mentalidad “machista-patriarcal” que no las dejaba jugar a las hermanitas “un poco más lejos”, acaso ¿se iba a dejar retar por las pequeñas, siendo precisamente un hombre de mente opresora?

La feminista en cuestión presenta la idea siguiente: “Las niñas de hoy en día reciben dos mensajes conflictivos: sean poderosas y sean buenas”. Ya sabemos cuál es la inclinación de la autora para resolver el conflicto: sean poderosas, pero no sean buenas. La feminista hace la siguiente relación: que los acosos sexuales son exitosos principalmente en niñas buenas, parámetro que toma de los ejemplos escandalosos sucedidos en Hollywood. Pero es inadmisible la vinculación mental de Filipovic: debería probarnos que las actrices fueron niñas buenas. Ahora: ¡qué confusa visión tiene la feminista de lo que es ser una niña buena! Una niña bien educada, puede ser muy dulce y tierna sin dejarse por eso avasallar por alguien. El feminismo (Filipovic participando de él) piensa desordenadamente: para solucionar el problema del acoso sexual, en vez de cambiar al acosado, optan por cambiar a la acosada. De modo que al parecer el acosador es así porque hay niñas buenas, o, en otras palabras, porque no son suficientemente malas. La maldad de las niñas es lo que solucionaría el problema del acoso, y no la modificación de la conducta del acosador. Aquí el intento de la feminista es tergiversar la realidad, pues no es la niña bien educada la que se dejará arrastrar por los comportamientos mundanos de turno, sino que, precisamente la que se dejará deslumbrar por el mundo al punto si fuera necesario de hacer cosas inconvenientes para obtener ciertos resultados, es la que fue dejada a su capricho. Sostiene también la feminista que “las mujeres han sido condicionadas todas su vida a someterse a la autoridad y al poder masculino”, tratándose esto de un lugar común, usado para desacreditar a la autoridad. Les encanta confundir siempre autoridad y autoritarismo.

Filipovic se pregunta: “¿qué deben hacer los padres si quieren criar tanto a hijos como a hijas para que eviten, o desmantelen estas trampas?” (con trampas se refiere a eso de ‘niñas buenas’). Y entre otras cosas propone: “criar a los niños fomentando la amabilidad y el cuidado de otros, no solo diciéndoles que respeten a las mujeres”. Ahora: un padre que no deja ir a jugar a su hija a un lugar lejano para evitar un peligro, ¿no será que la está cuidando y siendo amable y respetuoso?

Para la feminista en cuestión, el tema de la protección no pasa porque un niño o niña vaya a decirle al padre o a la madre que le ha sucedido algo malo, sino en que las niñas aprendan “cómo ser el único piloto de sus cuerpos perfectos y poderosos, a habitar felizmente su propia piel”. Estás estupideces comunes del feminismo no resisten el menor análisis. Un pequeño, una pequeña, precisamente por ser tal, no está capacitado mentalmente para creerse un super-humano, por más que ese niño o niña tenga por madre a la impresionante Jill Filipovic. Sencillamente los menores se encuentran en una etapa de puro aprendizaje y en donde esperan protección de sus progenitores. Una vez he contado la anécdota que me tocó vivir cruzando por una parada de bus, y aquí lo haré de nuevo: una joven me pidió si podía quedarme junto a ella pues temía por el sujeto de mal aspecto que se había posicionado a unos metros de distancia. La zona estaba oscura. Luego de unos minutos de permanecer allí junto a la mujer, vino el colectivo, ella se subió y se marchó. El sujeto sospechoso no subió al autobús, dándose en retirada una vez que la chica se marchó. Ya sabemos que Jill cuando se encuentre en aprietes no pedirá auxilio a nadie, pues será defendida completamente por sus principios feministas. Pero bueno… ella es una excepción; no todas las mujeres son como la super Jill Filipovic. La gran mayoría, las que están en la normalidad, buscarán ayuda como cualquier persona normal lo haría.

Para finalizar, contamos con el final de la escritora. Y quien comenzó quejándose de la mentalidad machista del padre que no la dejaba ir lejos a jugar, termina elogiándolo, entre otras cosas, porque “se esforzó (…) para protegernos.”

Lo bueno de no ser una niña mala, puede verse, por ejemplo, en que no se tendrá en la mente ideas feministas, cosa que, se lo aseguro, como mínimo le ayudará con algo de lo más común y normal, como es el hecho de pedir auxilio a un hombre en caso de que llegue a vivirse una situación de peligro.

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Fuente: https://www.facebook.com/tomgonzalezpondal/posts/921215914712060

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