El término “epigenética” se debe al genetista escocés Conrad H. Waddington (1905-1975) que lo acuñó en 1942 para referirse al modo en cómo se ejecutan las instrucciones de los genes. Es decir, como se expresa un fenotipo a partir del genotipo durante el desarrollo. En ello está implícito el hecho de que las instrucciones de los genes han de recorrer un camino, en el que pueden influir factores externos que determinan su nivel de expresión en el momento y lugar adecuados dentro de un “rango de variación” de mayor o menor intensidad, llegando incluso a poder darse su silenciamiento, condicionado a factores internos programados o a influencias ambientales externas y no programadas.
Cuando se llegó al conocimiento de cómo son los genes, –piezas más menos largas de moléculas de ADN portadoras de información insertas en los cromosomas–, se empezó a profundizar en los tipos de modificaciones que pueden afectar al ADN, y que, aun no ocasionando cambios en la información que contienen, pueden alterar su expresión, que es lo que genéricamente conocemos como “modificaciones epigenéticas”.
Antes de nada, hay que señalar que tales modificaciones pueden ser programadas, y por tanto normales y necesarias para el desarrollo y la diferenciación celular, o no programadas, y como consecuencia espontáneas y causantes de alteraciones no previstas, y en muchos casos indeseadas respecto a lo que se esperaría de acuerdo con los genes presentes en el genoma de un individuo.
Para ser más explícitos, una persona -embrión, feto o adulto- puede tener una información genética correcta, o por decirlo de otra manera, las versiones normales de los genes, y sin embargo no llegar a expresar de forma normal el carácter que depende de ellos, sencillamente porque el ADN de las regiones que influyen en su expresión han sufrido modificaciones epigenéticas.
“El problema es que este tipo de modificaciones pueden producirse por efecto de agentes externos incontrolados y afectar a regiones indebidas del genoma de las células”
Para no hacer complicada la explicación de en qué consiste este fenómeno, diremos simplemente que la principal modificación epigenética que afecta al ADN consiste en la “metilación”, es decir, la adición de radicales metilo en determinas bases nucleotídicas del ADN de los genes. En general en el genoma de una célula adulta y especializada, como por ejemplo epitelial, muscular, nerviosa, etc. nos encontraríamos un mosaico de regiones metiladas y no–metiladas, lo que es natural si obedece al cumplimiento de un programa destinado a la diferenciación celular.
La metilación produce una condensación del ADN en la región en que tiene lugar, lo que conduce al silenciamiento de los genes afectados. Además de las metilaciones en el ADN hay otras causas de modificaciones epigenéticas, como son las que afectan a las proteínas histonas, que forman parte de la ultraestructura (cromatina) de los cromosomas, y sobre las que se asientan las moléculas del ADN.
Las modificaciones epigenéticas son por tanto mecanismos naturales y necesarios para el desarrollo y la diferenciación celular. El problema es que este tipo de modificaciones pueden producirse por efecto de agentes externos incontrolados y afectar a regiones indebidas del genoma de las células. Si esto sucede en células de un individuo adulto podría determinar, entre otras causas, la aparición de un cáncer al alterar la expresión de determinados genes o regiones del genoma. Si ocurre en una célula embrionaria no diferenciada aun, o en fase de diferenciación durante el desarrollo embrionario-fetal, las consecuencias pueden ser muy diversas dependiendo de los genes afectados, con un rango de variación de su expresión y por tanto efectos sobre el fenotipo que puede ir desde ser inapreciables o poco importantes a tener unos efectos drásticos por determinar la aparición de patologías a corto, medio o largo plazo, malformaciones congénitas o incluso abortos espontáneos.
Al “sexo sin niños” de las píldoras anticonceptivas se unía así el “hijos sin sexo” de esta nueva tecnología
Lo cierto es que en los últimos años ha crecido la evidencia de alteraciones serias para la salud o la aparición de enfermedades tras el nacimiento debidas, no a la transmisión de genes alterados o mutaciones de las que fueran portadores alguno de los padres, sino a “epimutaciones”, por la influencia de factores externos sobre el genoma del feto durante la vida prenatal.
Mediante estudios epidemiológicos extensos se ha llegado a identificar una serie de factores que pueden influir en el desarrollo fetal normal durante la gestación, tales como deficiencias en la dieta, alteraciones de tensión, diabetes gestacional, exposición al tabaco, alcohol, drogas, etc., que determinan variaciones en la expresión de los genes del feto durante la gestación, con efectos de diverso grado sobre la salud del niño a corto, medio o largo plazo, como son las que afectan al desarrollo del tubo neural, la espina bífida, desórdenes en el espectro del autismo, malformaciones cardiacas, hendiduras orales, alergias y cáncer [1].

Pero al mismo tiempo hay efectos del mismo tipo, incluso más difíciles de controlar y prever en los niños que nacen como producto o de la fecundación in vitro. Es preciso tener en cuenta esto justo en el año en que se cumple el 40 aniversario del nacimiento del primer “bebé probeta”, la niña Louise Joy Brown, en el Reino Unido. Este acontecimiento que tuvo lugar el 25 de julio de 1978, en medio de una intensa polémica abría la esperanza de conseguir un hijo a parejas con problemas de esterilidad. Al “sexo sin niños” de las píldoras anticonceptivas se unía así el “hijos sin sexo” de esta nueva tecnología, poniéndose de manifiesto su potencial aplicado, aun con todas las consecuencias no muy positivas desde el punto de vista ético. Tampoco es que haya solucionado mucho, pues la esperanza de obtener u hijo por fecundación in vitro tiene un techo en poco más o menos del 30% de los casos.
“Aunque la mayoría de los niños procedentes de la reproducción asistida tienen un desarrollo normal, se aprecia un aumento de casos de neonatos con bajo peso en el nacimiento y un aumento del orden de tres a seis veces de ocurrencia de los síndromes de Beckwith-Wiedemann, Angelman, retinoblastoma”
Por contra, son no pocos los problemas derivados de la tecnología de la fecundación in vitro, del que los que el primero es la instrumentalización de la vida humana, al convertir a los embriones en objetos manipulables en manos de los médicos o investigadores. Los embriones, vidas humanas en la primera etapa de su desarrollo, quedan expuestos a su utilización con diversos fines habiéndose desarrollado tecnologías para la criopreservación de los embriones “sobrantes”, su selección, su utilización en maternidad subrogada, o en investigaciones biomédicas de escaso resultado.
Pero además, los embriones obtenidos fuera del seno materno están expuestos a toda una serie de condiciones artificiales durante las fases críticas de su desarrollo embrionario temprano, lo que parece demostrado es una fuente potencial de modificaciones epigenéticas. Aunque hace unos cuarenta años que se viene practicando la fecundación in vitro, es relativamente reciente el conocimiento de que estas técnicas y en especial la inyección intracitoplasmática (ICSI), pueden dar lugar a modificaciones epigenéticas que afectan al genoma de los embriones producidos.
Aunque la mayoría de los niños procedentes de la reproducción asistida tienen un desarrollo normal, se aprecia un aumento de casos de neonatos con bajo peso en el nacimiento y un aumento del orden de tres a seis veces de ocurrencia de los síndromes de Beckwith-Wiedemann, Angelman, retinoblastoma y otros tipos de patologías entre los nacidos a partir de estas tecnologías [2]. Desde hace varios años se sabe que en algunos casos las Técnicas de Reproducción Humana Asistida generan defectos congénitos, algunos de los cuales aparecen a una edad más o menos avanzada de la vida postnatal. Falta ahora que, al informar a las parejas que acuden a las clínicas de fecundación in vitro se les informe debidamente sobre este riesgo antes de firmar el consentimiento informado.
[1] S. Barua – M.A. Junaid ‘Lifestyle, pregnancy and epigenetic effects’. Epigenomics. 7(1) (2015) 85–102.
[2] M. Hansen y otros, ‘Assisted reproductive technologies and the risk of birth defects—a systematic review’. Hum Reproduction 20 (2005) 328–338.
Fuente: https://www.actuall.com/criterio/vida/cuarenta-anos-de-fecundacion-in-vitro-y-epigenetica/

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• Promoción, divulgación y defensa de los valores, derechos y deberes de la familia y de la vida humana.