El fraude de “La revolución de los géneros”

Por el Dr. Daniel Beltrán*

El ámbito académico actual suele mezclarse con el surrealismo. Frases como “el sexo biológico no es sólo binario”, “el tercer sexo”, “los sexos se pueden transformar”, etc. combinado con alguna cita de Simone de Beauvoir o Judith Butler, se escuchan cada vez más seguido en medios que se precian de serios o bien informados.

Lo acabamos de comprobar, una vez más, en la última edición de la Revista Muy Interesante, N° 460, de septiembre 2019, donde aparece un artículo titulado «La Revolución de los Géneros« que va de la página 95 a la 99. En él, la autora del texto, Valerie Tasso, hace un recorrido por el argumentario básico de la ideología de género. Nos sitúa en los albores de una nueva sociedad que empujada por el transhumanismo se dirige hacia metas y modelos nunca antes siquiera imaginados; define el género como un ente independiente del sexo biológico, como un constructo social artificial que ha sido instrumental para el establecimiento del heteropatriarcado masculino; plantea que la «intersexualidad» no es una patología sino un espectro de variantes identitarias a medio camino entre lo masculino y lo femenino. Y, finalmente, propone que el género, situado a nivel superior a éstos, ha de adecuarse a la ambigüedad del sexo biológico desde la neutralidad, rompiendo el “obsoleto” modelo binario actual.

Este artículo, sin embargo, comete varios errores de planteamiento. Los dos más graves son: 1. La inadecuación que plantea entre sexo y género, y 2. La interpretación partidaria y tergiversada de la intersexualidad.

Valerie Tasso, entiende que los géneros responden a algo puramente cultural y que no hay diferencias reales entre los sexos que los sustente. Tiene como punto de partida la idea de que hombre y mujer son iguales a todos los efectos, con capacidades idénticas. Obviamente, si esto fuera así, las diferencias de rol entre ambos responderían sólo a condicionantes sociales, sin embargo, esto no es cierto, hombres y mujeres somos diferentes y gran parte de las diferencias en los roles sociales responden a la adaptación diferencial de sus aptitudes.

Para comprender bien estas diferencias, analicemos como se determina el sexo en humanos. Durante el desarrollo fetal se activa un programa genético que va a dar como resultado la determinación sexual del individuo. Este programa genético se produce de forma secuencial y está predeterminado por el sexo cromosómico: XY para masculino y XX para femenino. A partir de la sexta semana de gestación las gónadas se diferencian en testículos u óvulos, respectivamente. Las hormonas producidas por estas gónadas van a determinar en gran medida no sólo la diferenciación genital sino también el desarrollo cerebral, haciendo que ambos sexos posean aptitudes mentales características de cada cual.

En contra de lo que defiende la ideología de género, el sexo genital y el sexo cerebral se corresponden al 100%. El resultado natural final, llegados a la edad adulta, será un hombre y una mujer que se complementarán para perpetuar la especie a través de la reproducción sexual. Este es el programa.

En este punto es donde la ideología de género, como toda ideología reduccionista, tergiversa datos científicos para respaldar sus argumentos. La autora de este artículo no podía hacer menos. Aludió a los intersexo, también llamados pseudohermafroditas, para justificar que la ambigüedad sexual y la inadecuación entre sexo y género son variaciones naturales.

¿Qué son los intersexo? Los intersexo son individuos que tienen mutaciones en alguno de los genes implicados en la diferenciación sexual. En estos individuos se produce una diferenciación sexual incompleta, que va acompañada de la sustitución de rasgos genitales propios por otros correspondientes al sexo opuesto. Esto se debe a que los programas masculino y femenino se inhiben mutuamente. El resultado final son niños con genitales feminizados o niñas con genitales masculinizados. En casos extremos, algunos intersexo muestran ambigüedad genital, o sea, genitales con rasgos masculinos y femeninos a partes iguales.

Este tipo de patologías recalcan la importancia del programa genético en la diferenciación sexual que deja poco espacio a factores ambientales. Cabe recalcar que estas patologías se deben a errores durante el desarrollo y no constituyen variaciones dentro de la normalidad. La autora miente cuando dice que no se deben a un trastorno. Muestra de ello es que la comunidad médica clasifica estos cuadros como patologías bajo el nombre de “trastornos de la diferenciación sexual” (TSDs). Me gustaría destacar que, incluso en estos casos, no existe una independencia entre sexo gonadal y cerebral. Un ejemplo son niños XY que tienen genitales ambiguos, pero que al tener testículos (internalizados) son capaces de producir testosterona suficiente como para dirigir la diferenciación sexual cerebral hacia masculino. Los individuos con TSD no son homosexuales y, por tanto, no sirven para ejemplificar el género líquido sino todo lo contrario, ellos confirman el determinismo del sexo por la genética. De hecho, jamás se ha encontrado ninguna asociación entre los genes responsables de TSDs y la homosexualidad.

Esto desmonta el argumentario absurdo del artículo que hoy nos ocupa. Hombres y mujeres somos diferentes pero complementarios. Entendamos y abracemos nuestras diferencias a la vez que nos despojamos de las injusticias que contaminan nuestra convivencia.

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